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"La Vida Cristiana Práctica"
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Formando Relaciones Correctas, Segunda Parte
Se hacen amigos por medio de muchas acciones, pero pueden perderse con una sola. Debemos no sólo formar buenas relaciones, sino también mantenerlas. Debemos tratar con los problemas de relaciones humanas en la forma que Dios quiere. En esta lección consideraremos problemas tales como desacuerdos, ofensas, enemistades, barreras y rechazos.
Desacuerdos
Aunque somos miembros del cuerpo de Cristo, cada creyente es un individuo único. Habrá momentos en que no estaremos de acuerdo. No hay nada de malo en un desacuerdo, pero puede ser que resulte en grandes problemas. Veamos algunas cosas que debemos hacer cuando ésto sucede:
Debemos estar seguros de que nuestra actitud es correcta.
Podemos tener razón en lo que decimos, pero equivocados en la forma en que lo decimos. Cuando nuestra actitud o nuestro carácter es malo, Dios dice que somos nosotros los que andamos mal.
Las malas actitudes vienen de pensamientos equivocados. La Biblia dice que nuestra “sabiduría” proviene de una de estas dos fuentes: Puede venir de Dios o puede venir de Satanás. Si tenemos amargura y contiendas en el corazón, podemos estar seguros que nuestra “sabiduría” es de Satanás. La Biblia dice:
Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto (de Dios), sino terrenal, animal, diabólica (de Satanás) (Santiago 3:14–15).
Si nuestra sabiduría es de Dios, seremos mansos y llevaderos. La Biblia dice:
Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía (Santiago 3:17).
Debemos controlar la lengua.
La Biblia dice: “El necio da rienda suelta a toda su ira”. Aunque la lengua es uno de los miembros más pequeños del cuerpo, hace más daño que todos los otros miembros juntos. La Biblia dice:
La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal (Santiago 3:6–8).
Todos podemos recordar momentos en que hemos herido a otras personas con algo que hemos dicho. Las palabras hieren y siguen hiriendo. Necesitamos orar como el salmista:
Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios (Salmo 141:3).
Debemos interesarnos en otros lo suficiente como para escucharles.
La comunicación es vital en cualquier relación significativa. Es especialmente importante poder comunicarte con la otra persona cuando hay un desacuerdo. Cuán tristes son las palabras: “él (o ella) sencillamente no quiso escucharme”.
Por lo común es difícil tratar con un problema cuando alguien está enojado y perturbado. En esta situación, lo mejor que uno puede hacer es escuchar.
Cuando una persona está perturbada y molesta, sus emociones pueden compararse con un globo que está inflado al máximo. Si no tiene escape y la presión continúa, es seguro que estallará. Pero si tú escuchas atentamente sin interrumpir, el “globo” se desinflará y la presión habrá desaparecido. Entonces podrán tratar el problema.
Debemos tratar sinceramente de ver las cosas desde el punto de vista de la otra persona.
Hay una razón por la cual la otra persona piensa y actúa como lo hace. Trata tú sinceramente de ponerte en su lugar y ver las cosas desde su punto de vista. Podrías encontrar que es ella quien tiene razón y no tú.
Las Ofensas
Los cristianos debemos aprender a ser pacientes con los demás no dándonos por ofendidos fácilmente. La Biblia dice: “El amor es sufrido, es benigno”. Pero habrá ofensas. La regla básica para tratar con las ofensas es buscar a la persona y a solas arreglar las cosas.
Hay dos clases de ofensas con que debemos tratar: (1) las que nosotros cometemos contra otras personas, y (2) aquellas que otros cometen contra nosotros. Veamos como podemos arreglar cada una de ellas.
Ofensas que yo he cometido contra otra persona.
Cuando yo he cometido una ofensa contra otra persona, soy responsable de reconciliarme con ella. El Señor Jesús dijo:
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda (Mateo 5:23–24).
Cuando estamos equivocados, una disculpa completa y sincera ayudará mucho para que todo quede arreglado. Para pedir perdón correctamente, debo:
1. Aceptar toda la responsabilidad por mi ofensa, sin echarle la culpa a nadie más.
2. Decir cuál fue la ofensa.
3. Pedir a la persona que me perdone y esperar su respuesta.
Desde luego, si he causado pérdida a alguien, debo también hacer la restitución correspondiente.
Ofensas que otra persona ha cometido contra mí.
Cuando otra persona me ha ofendido, mi primera responsabilidad es buscarle ella y hablarle a solas de su falta. Jesús dijo:
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano (Mateo 18:15).
Cuando alguien nos ha ofendido, nuestra reacción natural es contarle a otra persona cómo fuimos maltratados. Éste es un grave error. No debemos decir nada a nadie hasta que hayamos hablado con quien nos ofendió. Debemos darle una oportunidad de disculparse o en caso de un malentendido, de explicarse.
Ya sea que nosotros hayamos ofendido a alguien o que hayamos sido ofendidos, lo que hay que hacer es buscar a la persona y arreglar cuentas a solas. Cuando dos personas tienen problemas entre sí, pueden resolverlos humillándose ante Dios, perdonándose mutuamente y olvidando el asunto.
Cuando me acerco a alguien para arreglar cuentas, debo ir con la actitud correcta. Mi objetivo no es hacer que él se disculpe conmigo, sino restaurar su comunión con Dios y conmigo. Si se arrepiente, debo perdonarle. El Señor Jesús dijo:
Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale (Lucas 17:3).
En una ocasión Pedro le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Jesús respondió a Pedro: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete (Mateo 18:21–22).
Jesús está enseñándonos en este pasaje que debemos perdonar en forma ilimitada. Perdonar “setenta veces siete” no significa que debemos perdonar a nuestro hermano hasta 490 veces y nada más. No, el Señor nos está enseñando aquí que el perdón debe llegar a ser una costumbre en nosotros. No debemos contar el número de veces que perdonamos.
Recuerda, Jesús dijo que es imposible estar bien con Dios a menos que hayamos pedido perdón a aquellos a quienes hemos ofendido, y también que hayamos perdonado a quienes nos han ofendido a nosotros. Para una comprensión mayor de la enseñanza del Señor sobre como arreglar las ofensas, lee los capítulos 5 y 18 de San Mateo y el capítulo 17 de San Lucas.
La Enemistad y las Barreras
Cuando las ofensas no se arreglan correctamente, surgen enemistades y barreras entre las personas involucradas. La enemistad es un sentimiento de mala voluntad u hostilidad hacia otra persona. Las barreras son como una “muralla” entre las personas. Donde existen enemistades y barreras, no hay compañerismo ni una comunicación verdadera.
Para comprender como Dios trata con las enemistades y las barreras, debemos ver el mismo comienzo de la iglesia. Al principio, la iglesia se componía únicamente de creyentes judíos. Más tarde el evangelio fue predicado a los gentiles (aquellos que no eran judíos) y muchos de ellos creyeron y fueron agregados a la iglesia.
Esto causó un problema debido a la larga enemistad y barreras que existían entre los judíos y los gentiles. Los judíos se consideraban superiores a los gentiles y ni siquiera comían con ellos. Los gentiles despreciaban igualmente a los judíos.
¿Cómo arregló Dios el problema de la enemistad y barreras que existían entre judíos y gentiles? ¡Trató con ellas por medio de la cruz! La Biblia nos dice que todos los creyentes, tanto judíos como gentiles, fueron crucificados con Cristo. De los creyentes judíos y gentiles, Dios hizo “un solo y nuevo hombre”. Jesucristo mismo es la Cabeza, y los creyentes forman Su cuerpo espiritual.
Por Su muerte, el Señor Jesucristo derrumbó las barreras y acabó con la enemistad que existía entre judíos y gentiles. La Biblia dice:
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación (las barreras), aboliendo en su carne las enemistades… para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (Efesios 2:14–16).
Esto es verdad, no sólo para los judíos y gentiles del primer siglo, sino para todos los creyentes. Nosotros también hemos sido crucificados con Cristo para que podamos ser miembros del cuerpo único de Cristo.
Por medio de la cruz, Cristo ha derrumbado toda barrera que nos separa a unos de otros. Por su muerte en la cruz, Él ha “matado” toda enemistad entre creyentes. Cristo ha hecho a cada creyente uno con Él mismo y uno con los demás creyentes.
Jesucristo sufrió y murió, no sólo para llevarnos a Dios, sino también para que tuviéramos una relación más sana los unos con los otros. El permitir cualquier barrera o enemistad interponerse entre otro creyente y yo es un pecado que niega la obra de Cristo en la cruz.
El Rechazo
En cuanto a nuestra relación con otra persona, podemos tener una de estas dos actitudes básicas: (1) una actitud de Rechazo o (2) una actitud de Aceptación.
Rechazar a otra persona significa que no la aceptas tal como es. El rechazo es una actitud que dice: “Si quieres que te acepte, debes cambiar todo lo que no me agrada”.
Aceptar a otra persona significa que voluntariamente la aceptas tal cómo es, sin ponerle condiciones. No significa que tú no ves sus defectos ni que apruebas todo lo que hace. Simplemente significa que la aceptas en la misma forma en que Cristo te ha recibido a ti. La Biblia dice:
Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios (Romanos 15:7).
La razón por la que debemos aceptarnos unos a otros es porque Cristo nos ha recibido a nosotros. Él murió por nosotros cuando aún éramos pecadores. Él no nos dijo: “Yo no los recibiré hasta que hayan cambiado”. No, Él nos recibió total y gratuitamente tal como éramos y nos dio todos los privilegios y beneficios de un hijo de Dios. Esta es la actitud que Dios quiere que tengamos hacia los demás.
Que nos demos cuenta de ello o no, la actitud que tenemos hacia otra persona tiene un profundo efecto sobre ella.
*La actitud de rechazo hacia una persona impide que el amor de Dios fluya de ti mismo hacia esa persona. Tiende a “amarrarla” y a impedir que ella llegue a ser lo que Dios quiere que sea.
*La actitud de aceptación hacia una persona permite que el amor de Dios fluya a través de ti hacia esa persona. Tiende a “liberarla” para que pueda ser lo que Dios quiere que sea.
Un padre cristiano relata cómo Dios obró en su vida y en la vida de su hijo:
“¿Tengo que ir?”, preguntó con resentimiento nuestro hijo de 15 años, arrastrando sus pies en el suelo. “Quiero quedarme en casa con mis amigos. Además el auto irá lleno… ¿y quién quiere viajar 1,000 kilómetros apretados como sardinas en un auto viejo y feo?”
Esta expresión de ira latente de parte de mi hijo Roberto, indicaba precisamente el problema creciente que amenazaba últimamente nuestras relaciones. En lo más profundo, mi corazón guardaba un resentimiento creciente en contra de Beto. No me gustaban sus amigos, ni la forma en que se peinaba y me molestaba sobremanera la música que le gustaba. La comunicación entre nosotros había empezado a ser muy tirante.
Beto nos acompañó de mala gana, y de algún modo pasamos esa semana. Pero al volver a casa, como padres, nos pusimos de rodillas ante Dios. “Señor,” oramos, “sabemos muy bien que ésto puede llevarnos a un desastre, afectando no sólo a Beto. Seguramente otros también serán heridos si continúa con su rebeldía. No podemos dejarle seguir así. Dios, Tú tienes que darnos la respuesta,” suplicamos. “Por favor, muéstranos la solución”.
Yo no estaba preparado en lo absoluto para la respuesta de Dios. Él enfocó Su luz penetrante en las actitudes de mi corazón, y lo que había estado oculto por tanto tiempo, de pronto se hizo dolorosamente evidente. “Mientras escojas rechazar, resentir y condenar a Beto, Mis manos están atadas,” sentí que Dios me decía. “Te interpones en el camino y no puedo ayudar a tu hijo. Tú eres el problema verdadero”.
“Oh, Dios mío,” gemí conturbado. Él continuó examinándome. “Cuando Yo te acepté en Mi Hijo Jesucristo ¿te pedí que fueras santo y recto antes de aceptarte? ¿Acaso no había muchas cosas en tu vida que me desagradaban? Sin embargo te amé y te acepté por amor a Mi Hijo”.
Yo luché mucho con lo que dijo a continuación: “¿Te acercarás ahora a tu hijo y le confesarás tus actitudes equivocadas, tus resentimientos, críticas y rechazo? ¿Le pedirás perdón por tu pecado contra él?”
“Pero, Señor,” protesté. “¡Él se ha puesto rebelde y está equivocado!”
“Me doy cuenta de éso, hijo mío, y tengo el remedio, pero eres tú el problema mayor. ¿Qué me dices de éso? Puedo esperar todo el tiempo que me hagas esperar, pero si rehúsas humillarte, no puedo prometerte que no perderás a tu hijo”.
Mientras yo luchaba con la propuesta de Dios, el asunto quedó penosamente claro y aunque no tenía ninguna promesa de lo que le sucedería a mi hijo, entendí lo que yo, su padre, tenía que hacer. Dios no me pedía que aceptara la rebeldía de mi hijo. Me estaba pidiendo que lo amara y lo aceptara genuina e incondicionalmente, tal como era y no como yo quería que fuese. Aunque la humillación me era muy dolorosa, de repente tuve mucho miedo de no dejar a Dios quebrantar mi voluntad. Las consecuencias para Beto y para mí serían sencillamente una carga demasiada pesada de soportar. Supe entonces que Dios esperaba primero mi sumisión y no la de mi hijo.
El padre contó lo que ocurrió cuando él obedeció a Dios:
Después de haber hablado con mi hijo nos abrazamos, y las lágrimas que corrían de mis ojos parecían borrar todo el resentimiento en contra a Beto. Luego sucedió algo sorprendente. Beto también comenzó a llorar y con el corazón quebrantado reconoció su rebeldía y nos pidió perdón. Entonces volviéndose hacia su madre y abrazándola, confesó con lágrimas su mala actitud hacia ella y le pidió perdón.
Han pasado dos años desde aquel día. La obra del Señor fue tan completa que, aunque yo he fallado de muchas maneras desde entonces, Beto ha seguido firme en los caminos de Dios.
Dios dice que Él no desecha un corazón quebrantado y contrito. Y sólo Dios sabe qué puede pasar cuando Su amor poderoso y redentor tiene rienda suelta en nuestra vida. ¡El poder de ese amor es dinamita!
(Will Longenecker. Usado con permiso.)
¡Arregla Cuentas con los Demás Ahora!
A medida que has ido leyendo esta lección, ¿ha hablado Dios a tu corazón acerca de alguna relación que no es lo que debería ser? Quizás hay alguna ofensa que se necesita aclarar. Puede arreglarse si tú te humillas y obedeces a Dios.
¿Hay alguna enemistad entre tú y otra persona? ¿Hay alguna barrera? El Señor Jesucristo sufrió y murió para poder “matar” la enemistad y quitar todas las barreras entre los creyentes.
¿Hay rechazo en tu vida? ¿Eres un hijo o una hija que siente rechazo por tu padre o tu madre? ¿O eres un padre o madre que siente rechazo por tu hijo? Tal vez estés rechazando a tu esposa o esposo. Puede ser que tengas un hermano o hermana a quien has rechazado, o quizás sea otra persona. Quienquiera que sea, ¿abandonarás tu rechazo y permitirás que el amor de Dios fluya desde ti hacia esa persona?
La obediencia a Dios es el camino de bendición. Sea lo que sea que Dios te esté indicando ¿le obedecerás a Él?