bajo un acuerdo especial con
presenta "Exploradores serie 2"
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Lección 4: Estoy en la Familia de Dios
Querido(a) amigo(a):
¿Te ha dicho alguien alguna vez, que si tú quieres ir al cielo tienes que “nacer de nuevo”? Esto es verdad. El Señor Jesús mismo dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Para entender lo que el Señor Jesús quiso decir y por qué debemos “nacer de nuevo”, tenemos que conocer la historia de dos hombres muy importantes en la Biblia. Estos hombres son Adán y Cristo. Adán es llamado “el primer hombre” de Dios, y el Señor Jesús es llamado el “segundo Hombre de Dios”.
Adán es llamado el “primer hombre” porque él fue el primer hombre creado por Dios. Dios creó solo un hombre y una mujer. De aquel hombre, Adán, y su esposa vino toda la humanidad. Adán fue creado a la imagen de Dios. La Biblia dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
¿Para qué creó Dios al hombre? Dios creó al hombre para Su gloria. Dios quería personas que le amaran, le obedecieran y le produjeran gozo en Su corazón.
¿Obedeció Adán a Dios? No, no le obedeció. Adán decidió desobedecer a Dios. Ahora Adán era un pecador; él tenía un corazón pecador.
Los hijos de Adán tuvieron un corazón pecador, igual que su padre Adán. Asimismo, sus nietos tuvieron pecado en su corazón. Si observas el dibujo a la derecha, verás que todos los que han nacido desde Adán tienen un corazón pecaminoso como Adán.
Adán pasó su naturaleza pecaminosa a toda la raza humana. ¡Adán produjo una familia de pecadores, igual que él mismo! La Biblia dice: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos [todos] fueron constituidos pecadores…” (Romanos 5:19).
Dios quería personas que le glorificaran y le produjeran gozo a Su corazón. Pero Adán, el primer hombre que Él creó, produjo una familia de pecadores. Ahora que todos eran pecadores, ¿los odiaba Dios? No, Él no los odiaba; Dios ama a las personas, Él siempre ha amado a la gente.
¿Qué hizo Dios? Él nos dio Su “segundo Hombre”. ¿Quién es el “segundo Hombre” de Dios? Él es el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. La Biblia dice:
“El primer hombre [Adán] es de la tierra, terrenal [hecho del polvo de la tierra]; el segundo hombre [Jesucristo] que es el Señor, es del cielo” (1 Corintios 15:47).
Dios ahora tenía un hombre en la tierra, el Señor Jesús, en quien podía tener alegría y gozo perfectos. Todo lo que hacía y decía el Señor Jesús era del agrado de Su Padre. Dos veces Dios habló desde el cielo diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17, 17:5).
Al final de Su vida en la tierra, Jesús oró a Su Padre:
“Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:4-5).
Su Padre respondió esa oración. Cuando Jesús regresó al cielo, Dios el Padre le dio a Él el lugar más alto en el cielo. Él está sentado a la derecha de Dios Padre. Dios le ha hecho a Él “…Señor de todos” (Hechos 10:36).
Dios no sólo hizo que Su Hijo sea “Señor de todos”, sino que le ha hecho la cabeza de Su nueva familia, llamada “los hijos de Dios”.
Ahora hay dos familias en el mundo. La cabeza de una familia es Adán. La familia de Adán es una familia pecaminosa.
La Cabeza de la otra familia es el segundo Hombre de Dios, el Señor Jesucristo. Su familia es llamada “los hijos de Dios”. Toda persona pertenece solo a una de estas dos familias.
Todos nosotros, cuando nacimos en este mundo, nacimos en la familia pecaminosa de Adán. Toda persona en la familia pecaminosa de Adán está separada de Dios y perdida. Por eso es que el Señor Jesús dijo: “…Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).
¿Cómo “nacemos de nuevo” en la familia de Dios? Nacemos de nuevo cuando creemos en el Señor Jesús y lo recibimos como nuestro Salvador. La Biblia dice: “Mas a todos los que le recibieron [al Señor Jesus], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
En el momento que acepté al Señor Jesús como mi Salvador, nací en la nueva familia de Dios. Me sacó de la familia pecaminosa de Adán y me puso en su nueva familia. ¡Ahora soy un hijo de Dios!
¿Has confiado en el Señor Jesús como tu Salvador? Si la respuesta es afirmativa, tú has “nacido de nuevo” en la nueva familia de Dios. Todos tus pecados han sido perdonados. ¡Tú eres un hijo(a) de Dios para siempre! La Biblia dice: “pues todos sóis hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).
Como ahora somos hijos de Dios, siempre podemos acercarnos a Él por cualquier cosa que nos preocupe. Tenemos que orar a Dios Padre en el Nombre de Jesús. Él oirá nuestras oraciónes y hará lo que sea mejor para nosotros. Jesús dijo: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24).
Querido amigo(a), si no estás seguro(a) de haber nacido de nuevo en la nueva familia de Dios, por qué no te aseguras ahora mismo. Busca un lugar tranquilo donde puedas estar solo(a) con el Señor y dile:
“Señor Jesús, en verdad creo que Tú eres el Hijo de Dios y que Tú moriste en la cruz por mis pecados. Ahora mismo, te acepto como mi Salvador. Por favor ven a mi corazón y hazme un hijo(a) de Dios para siempre”.
1. El primer hombre de Dios, Adán, desobedeció a Dios y trajo el pecado y la muerte al mundo. Engendró una familia con corazones pecaminosos. Por naturaleza todos somos nacidos en esta familia pecaminosa.
2. El segundo Hombre de Dios, el Señor Jesús, obedeció a Dios perfectamente. Murió por nuestros pecados y resucitó para convertirse en Cabeza de la nueva familia de Dios, llamada “los hijos de Dios”.
3. Cuando yo acepté al Señor Jesús como mi Salvador, Dios me sacó de la familia pecaminosa de Adán y me puso en Su nueva familia. “Nací de nuevo”. ¡Me convertí en un hijo de Dios!
“¡Padre, te amo mucho! Gracias por dar a tu Hijo Jesús para ser mi Salvador. Gracias porque he nacido en tu nueva familia. Es tan maravilloso, saber que Tú eres mi Padre celestial y que me puedo acercar a Ti en cualquier momento. En el nombre de Jesús, amén”.
CAPÍTULO CUATRO
Un nuevo amigo
Resumen del capítulo anterior:
Rubén recibió un separador de páginas especial de parte de Rebeca. Cuando él pidió a Carlos y a Alejandro que le perdonasen por haberse enojado, él encontró a Carlos enfermo por haber estado fumando y Rubén ayudó a Carlos a regresar a casa. Rubén necesitaba terminar su proyecto de la clase de Arte, pero Daniel Ríos se mantuvo distrayéndolo.
El miércoles Daniel estuvo ausente, por lo que el maestro de Arte le preguntó a Rubén si podía llevarle un pedazo de cuero a Daniel para que él pudiera terminar también su proyecto para el viernes. Rubén estuvo de acuerdo. Más tarde, ese mismo día, Rubén le pidió a Carlos que lo acompañase a ir a la casa de Daniel.
Los niños se encontraron en el taller de Arte. Rubén tomó de un estante el proyecto de arte de cuero que pertenecía a Daniel, y arrugó la frente mientras miraba las piezas de cuero; luego dijo: “¡Que extraño, hace falta una pieza! Daniel no puede terminar su billetera sin esa pieza que falta. ¿Podrías ayudarme a encontrarla, Carlos? Su nombre debe estar escrito en ella”.
Carlos respondió encogiendo los hombros: “Tal vez él la llevó a casa”.
Rubén respondió moviendo su cabeza: “No lo creo, él necesita todas las piezas juntas para terminar su trabajo. Todos saben que Daniel ganará el primer lugar, si termina su billetera a tiempo”.
Rubén y Carlos buscaron cuidadosamente por todo el taller la pieza de cuero que faltaba. De repente Carlos exclamó cuando encontró la pieza de cuero que buscaban escondida debajo del proyecto de Rubén. “Creo que este es el pedazo de cuero que buscabas, Rubén”, dijo Carlos con mirada enojada. Le dijo: “¡Ladrón!” Luego dándose vuelta comenzó a caminar hacia la salida del taller de Arte.
Rubén le dijo insistentemente: “Carlos, yo no lo hice. En verdad te digo, yo no tomé esa pieza de la billetera que Daniel estaba haciendo”.
Carlos respondió: “¿Por qué entonces estaba entre tus cosas?”
“¡Yo no lo hice, Carlos!”, respondió Rubén con voz suplicante. “Créeme. Yo no robo cosas. Simplemente no hago esas cosas”.
Abriendo la puerta del taller para salir Carlos dijo: “¿Por qué no? Tú tendrías una buena oportunidad de ganar el primer lugar si Daniel el Gigante no termina su billetera. Y tú eras el que tenías el turno de limpieza después de la clase”.
“¡Espera, Carlos!”, suplicó Rubén y luego continuó diciendo: “Tú sabes que hay gente que entra y sale del taller de arte. Hay mucha gente que podría haber hecho esto”.
Carlos contestó mirando hacia el suelo: “Ya no sé a quien creerle, Rubén. Me voy para mi casa. Tendrás que ir solo a la casa de Daniel el Gigante”. Entonces abriendo la puerta del taller salió hacia el pasillo.
Rubén se recargó contra la puerta y pensó: “Carlos no me cree. Siento que he perdido a mi mejor amigo”. Luego tomó las piezas de cuero del proyecto de Daniel y las puso en una bolsa, asegurándose que no faltara ninguna.
Rubén pensaba que al llegar a la casa de Daniel, le entregaría la bolsa con las piezas de cuero al primero que abriese la puerta y regresaría a su casa tan rápido como le fuese posible. Cuando llamó a la puerta, escuchó una voz desde adentro que dijo: “Adelante, está abierta”. Al entrar Rubén vio que Daniel estaba acostado en el sofá. Rubén recordó que la mamá y la hermana de Daniel habían muerto en un accidente hacía algunos años. Daniel y su papá vivían solos.
Rubén sacó las piezas de cuero de la bolsa y dijo: “El maestro de la clase de arte me pidió que te trajera tu proyecto de arte, para que lo pudieras terminar para la exposición del viernes”. Luego agregó: “¿Cómo te sientes Daniel?”
Daniel respondió con brusquedad: “Más o menos”, luego agregó: “Gracias por traerme ésto, pero no puedo trabajar aquí, no tengo nada para sostener las piezas mientras hago la parte más difícil del trabajo”.
Rubén preguntó con preocupación: “¿No puede tu papá sostenerlo mientras lo haces?”
“¡No!”, respondió Daniel con amargura. “Él toma licor y sus manos tiemblan. Yo realmente creo que a él no le preocupa más lo que yo hago”.
Rubén respondió rápidamente: “Yo me puedo quedar y ayudarte si tú lo deseas, Daniel”.
Daniel miró a Rubén sorprendido y le dijo: “¿Lo harías?" Mientras se sentaba bruscamente en el sofá. Daniel se quejó de dolor y dijo: “Me lastimé mucho el pie”. Luego levantó su pierna y la colocó sobre una mesita que estaba enfrente del sofá.
Rubén acercó una tabla para manualidades que estaba en una esquina de la sala. Daniel la colocó sobre sus rodillas y extendió las piezas de cuero sobre la tabla.
Rubén sostuvo los pedazos de cuero en su lugar y observó como Daniel hábilmente trabajaba las piezas. En pocos minutos Daniel se detuvo. Rubén miró que Daniel se veía pálido. Entonces Daniel murmuró con tono disgustado: “Tengo que descansar por unos minutos”.
Rubén le dijo: “Tranquilo, descansa. Te voy a hablar de un Amigo especial”. Sin esperar a que Daniel le respondiera, Rubén le contó a Daniel acerca de su clase de escuela dominical donde había aprendido acerca del Señor Jesucristo. Le habló acerca de recibir a Jesús como Salvador y que Jesús era su Amigo especial, Rubén concluyó: “Jesús puede ser tu Salvador y Amigo especial también, si deseas que Él lo sea, Daniel”.
Daniel respondió con cara de tristeza: “Yo nunca he tenido un amigo especial. Pienso que por eso hago maldades como hacerte tropezar el otro día, nadie me quiere”.
Rubén le dijo: “Tú me caes bien y me gustaría que fuéramos amigos. Pero, Daniel, Jesús te ama. El Señor Jesús quiere que tú le ames también. Cuando regrese mañana, traeré mi Biblia y te leeré acerca de Jesús”.
Daniel preguntó: “¿En verdad vas a regresar?” Él estaba sorprendido de que Rubén quisiera ayudarle. “Entonces yo podría terminar mi proyecto a tiempo para el viernes. Tú en verdad eres un amigo, Rubén. Nos vemos mañana”.
¿Qué hará Rubén acerca de Carlos?
¿Terminará Daniel su proyecto a tiempo para la exposición?
¡Las aventuras de Rubén continuarán en el próximo capítulo!