bajo un acuerdo especial con
presenta "Exploradores serie 2"
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Lección 3: ¡Dios está de mi lado!
Querido(a) amigo(a):
Ahora que he recibido al Señor Jesús como mi Salvador y Señor, Dios es mi Padre celestial, y yo soy su hijo amado.
Para que yo pueda disfrutar de Dios, debo saber dos cosas: Tengo que saber que todos mis pecados fueron perdonados y también debo saber qué siente Dios hacia mí ahora.
Yo era un pecador y había cometido muchos pecados. Mis pecados me separaban de Dios. Mis pecados eran como una pesada carga en mí. Como Dios me ama, ahora Él ha quitado todo lo que se interponía entre Él y yo.
¿Cómo pudo Dios deshacerse de mis pecados? Él se deshizo de ellos al colocar todos mis pecados sobre su Hijo. La Biblia dice: “…Dios cargó en Él [Jesús] el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).
Todos mis pecados estuvieron sobre Jesús cuando Él estaba crucificado, pero todos ellos desaparecieron cuando Él resucitó de la muerte. ¿Qué pasó con mis pecados? Dios los borró. Ellos desaparecieron para siempre porque Jesús pagó todo el castigo por ellos.
¿Qué sucede cuando yo peco después de ser salvo? ¿Quiere decir que ya no pertenezco a la familia de Dios? No, de ningún modo significa eso. Una vez que estoy en la familia de Dios, permanezco en su familia para siempre.
Cuando peco, mi pecado se interpone entre mi Padre y yo. El pecado hace que pierda mi gozo. No debo continuar haciendo las cosas que le disgustan a mi Padre celestial.
¿Qué debo hacer? Debo acercarme a Dios tan pronto me dé cuenta que he pecado y confesar ese pecado a Él. Le digo a Dios lo que he hecho, puedo hacerlo de esta forma: “Padre, he pecado, por favor perdóname. En verdad lo siento. No quiero hacer cosas que lastimen tu corazón”.
Dios me perdona inmediatamente porque Jesús murió por mis pecados. La Biblia dice:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Para disfrutar a Dios, no solo debo saber que mis pecados han sido perdonados, sino que también debo saber, cómo Dios se siente hacia mí ahora.
Para ayudarnos a ver cómo Dios se siente hacia nosotros, Jesús contó una historia en Lucas, capítulo 15, acerca del “hijo pródigo”. La palabra “pródigo” significa rebelde, desobediente y derrochador. En esta historia, el padre representa a Dios, y el hijo pródigo nos representa a ti y a mí.
El Hijo Pródigo
Cierto hombre tenía dos hijos, el más joven era rebelde y quería irse de su hogar y hacer lo que él quisiera. Le pidió a su padre, su parte de la herencia de la familia.
Seguramente el padre le rogó a su hijo que no se fuera; pero el hijo era rebelde y quería hacer lo que le viniera en gana. El padre le dio una gran cantidad de dinero. El hijo empacó sus pertenencias y se fue de la casa.
Se marchó a un país muy lejos de su hogar. Allí escogió malos amigos y comenzó a hacer cosas malas y a desperdiciar el dinero. Pronto todo el dinero se le acabó, y sus “amigos” desaparecieron también.
El hijo comenzó a sentir hambre. El único trabajo que pudo conseguir fue cuidando cerdos. Estaba sucio, harapiento y tan hambriento que deseaba poder comer la comida de los cerdos.
Un día el hijo comenzó a pensar en la casa de su padre y en todas las cosas buenas que allí había. Se dijo a sí mismo: “Los siervos de mi padre tienen suficiente comida y un buen lugar para vivir, y yo aquí estoy en este corral de cerdos, muriendo de hambre. Iré de regreso a la casa de mi padre y le dire: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de que me llames hijo. Hazme uno de tus siervos’”.
El hijo dejó el corral de cerdos y fue de regreso a casa. En el camino debió pensar cómo lo iba a recibir su padre. ¿Estaría su padre enojado con él? ¿Dejaría su padre que se hiciera uno de sus siervos? ¿Le diría su padre que no podría regrasar al hogar por las cosas malas que él había hecho?
¿Cómo lo recibiría su padre?
Su padre lo vio cuando él aún estaba en el camino lejos de casa y corrió a encontrarlo. El hijo quería decirle a su padre lo mucho que sentía haberse comportado tan mal y pedirle perdón, pero el padre lo abrazó y lo besó una y otra vez.
El hijo ahora sabía dos cosas: Primero, él supo que su padre lo había perdonado y segundo, él supo lo que su padre sentía hacia él. Con sus acciones el padre le estaba diciendo: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!”
Jesús contó esta historia porque Él quiere que sepamos cómo Dios nos recibe cuando nosotros venimos a Él al aceptar al Señor Jesús como nuestro Salvador y Señor. Él “corre a encontrarnos”.
¡Dios nos perdona y nos da la bienvenida en su familia con gran gozo! Él no guarda ninguna cosa contra nosotros. Dios dice que Él ni siquiera se acuerda de nuestros pecados. Él dice: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17).
Dios me ha dado Su Espíritu Santo para que viva en mí. Así puedo saber como Él se siente hacia mí ahora. A través del Espíritu Santo Dios me está diciendo: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!” La Biblia dice:
“…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).
Dios no solo me ama, sino que también está de mi lado. Esto quiere decir que Dios siempre quiere lo mejor para mí. Si Dios está de mi lado, no importa quién esté contra mí. Dios es todopoderoso. Nadie puede vencerme. La Biblia dice: “…Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31).
En el Antiguo Testamento, encontramos que David fue el rey más importante de Israel. Él tuvo muchos enemigos y estuvo en muchas batallas y aunque David tuvo muchas dificultades, él nunca perdió una batalla. Él fue victorioso porque Dios estaba con él, y él lo sabía. David dijo: “Serán vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare; se que Dios está por mí” (Isaías 56:9).
Tú y yo podemos decir lo mismo. Dilo tú mismo ahora: “¡Sé que Dios está por mí!”
1. Dios ha perdonado todos mis pecados. En el momento que yo acepté al Señor Jesús como mi Salvador, Dios perdonó todos mis pecados.
2. ¡Dios me ama! A través del Espíritu Santo, Dios está diciéndome: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!”
3. ¡Dios está de mi lado! No importa lo que ocurra, sé que Dios está de mi lado. ¡Él siempre estará de mi lado! Esto significa que Dios siempre quiere lo mejor para mí.
“Padre, gracias por haber perdonado todos mis pecados, y que Tú me amas con todo tu corazón, y siempre quieres lo mejor para mí. Te agradezco y te alabo por esa salvación tan grande. En el Nombre de Jesús, amén”.
CAPÍTULO TRES
Un regalo especial
Resumen del capítulo anterior:
Rubén le explicó a Elizabet lo que él aprendió de Rebeca acerca de la salvación, seguridad y perdón. Cuando Rubén fue a disculparse con Carlos, Elizabet le advirtió que podría tener problemas.
Rubén quería hablar con Rebeca antes de encontrarse con Carlos y Alejandro. Ella estaba sentada frente a su casa. Lo saludó con su usual sonrisa y luego le dijo: “¡Hola, hice algo para ti, Rubén!”
Rubén preguntó: “¿Qué es?”
“Es tu Espada Secreta,” respondió ella, mirándo su cara confundida. “Es un separador de páginas para tu Biblia”.
Por un lado Rebeca había escrito: “Tomad…la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17).
En el otro lado ella había escrito: “En mi corazón he guardado tus dichos [tu Palabra], para no pecar contra ti” (Salmos 119:11).
Rubén dijo: “Eso es maravilloso, Rebeca. Muchas gracias”. Él le contó acerca de su oración la noche anterior y de su conversación con Elizabet. “Tengo que pedir perdón a Carlos y a Alejandro. Guárdame mi espada, regresaré a recogerla y te contaré cómo me fue”.
Rubén escuchó que Carlos y Alejandro tosían detrás de la casa de Alejandro. En ese momento Alejandro salió de donde estaba escondido con Carlos y dijo: “Bien, mira esto, es el Predicador. Te puedes ir ahora Predicador, no te necesitamos aquí”.
Rubén no quiso irse, aunque Alejandro le pidió que se fuera. Él continuó caminando hacia Alejandro y en ese momento Carlos salió de donde estaba escondido. Rubén habló rápido diciendo: “Vine a pedirles perdón por enojarme ayer. Le he pedido a Jesús que me perdone y sé que lo ha hecho. Espero que ustedes también me perdonen”.
Ninguno de los dos muchachos habló, pero entonces Rubén se dio cuenta que Carlos tenía el rostro muy pálido. Le preguntó: “¿Qué te pasa, Carlos? ¿Estás bien? Te ves enfermo”.
Alejandro respondió rapidamente: “Él no está enfermo; ¿Por qué no te vas Predicador? No te queremos aquí”.
Carlos se estaba tambaleando. Rubén tomó a Carlos del brazo y le dijo: “Ven amigo, necesitas acostarte”. Entonces ambos caminaron hacia la calle.
De repente Alejandro empujó a Rubén diciendo: “Deja a Carlos en paz, te advierto que él ya no te quiere como amigo”.
Rubén apretó sus dientes y continuó caminando con Carlos. Carlos se veía confundido y se apoyó en Rubén hasta llegar a su casa.
Elizabet vio a Rubén y Carlos caminando frente a su casa y ayudó a Rubén a llevar a Carlos hasta su cuarto. Elizabet preocupada dijo: “Sabía que Alejandro te metería en problemas. Tú estuviste fumando Carlos ¿verdad? Le preguntó ella con seguridad en su voz”.
Carlos confesó: “Fue la primera vez, pero no me gustó. Me siento mal de mi estómago”. Él hundió su cabeza en la almohada con una queja. En ese momento llegó la mamá de Elizabet y Rubén se marchó.
Rubén recordó que había dejado su Espada Secreta con Rebeca. Mientras subía las escaleras, notó que ella la había dejado sobre la silla donde había estado sentada en la tarde y además había una nota de la tía Alicia.
Cuando Rubén llegó a su cuarto, se sentía triste y desanimado. Parecía que su primera semana de cristiano estaba llena de problemas. Miró el separador de páginas que Rebeca había hecho para él. Luego abrió la nota que su tía le había dejado. Sonrió al ver el versículo que estaba debajo de la nota: 2 Pedro 3:18.
Rubén abrió su Biblia y buscó el versículo: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Salvador y Señor Jesucristo…”
Rubén pensó: “La única forma que voy a crecer en el conocimiento de Jesús es leer acerca de Él en la Biblia”.
El lunes en la mañana el desayuno se atrasó porque los padres de Rubén tuvieron una discusión. Rubén no comió mucho y salió corriendo para la escuela. Él deseaba que sus padres fueran cristianos como los padres de Rebeca; pero estaba alegre de que sus padres estuvieran pasando más tiempo juntos.
Rubén corrió hacia la puerta de la escuela pero Daniel Ríos puso un pie para hacerle tropezar. (A Daniel casi todos lo llamaban “Daniel el Gigante”, porque él era el más grande de su clase, también era el de más edad y había repetido el año dos veces).
Rubén se cayó con la zancadilla de Daniel. Su cara se enrojeció de vergüenza mientras se levantaba del suelo. Entonces recordó su espada.
“Antes bien, creced en la gracia…” Rubén respiró profundo y se levantó lentamente. Su enojo fue pasando y fue capaz de entrar en la escuela sin decir nada.
En la clase de Arte, el maestro, el Sr. Martínez anunció que la exposición de Arte sería el viernes en la tarde y animó a todos, a terminar sus proyectos de cuero para ese día.
Rubén estaba emocionado porque el Sr. Martínez lo había felicitado por su trabajo varias veces. Rubén se sintió seguro imaginando que podría ganar un premio. Su más grande rival sería Daniel Ríos, a él no le iba bien en las otras clases, pero sus trabajos de Arte eran muy buenos. La billetera que estaba haciendo era hermosa.
Rubén pensó: “Voy a hacer lo mejor que pueda, tal vez consiga al menos el segundo lugar”. Él trabajó fuerte durante la clase de arte. Daniel también se esforzaba al máximo por terminar su trabajo para el viernes. El único momento que se detenía era para fastidiar a Rubén. Ésto hacía que el Sr. Martínez les llamara la atención, lo que molestaba a Rubén.
¿Está Daniel intentando meter a Rubén en problemas?
¿Qué hará Rubén con Daniel?
No te pierdas lo que sucederá.