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Lección 10: Una Nueva Persona en Cristo
Querido amigo(a):
En nuestra última lección aprendimos que Dios trata con la raza humana en base a dos hombres—Adán y Cristo. Adán es el primer hombre de Dios; Cristo es el segundo Hombre de Dios.
El primer hombre de Dios, Adán, desobedeció a Dios y trajo el pecado y la muerte al mundo. Puesto que Adán fue la cabeza de la raza humana, lo que él hizo afectó a toda la raza humana, y nos afectó a usted y a mí.
¿Qué ve Dios?
Cuando Dios me miró en mi condición pecaminosa, ¿qué vio? Él vio tres cosas:
- Dios vio mis muchos pecados.
- Dios vio un pecador.
- Dios me vio en el reino oscuro de Satanás.
Mi condición no parecía tener esperanza. Yo había hecho cosas malas; yo era una persona mala—un pecador; y yo estaba en un lugar equivocado—El reino de oscuridad de Satanás.
Al tratar de estar bien con Dios, generalmente empezamos de manera equivocada. Empezamos con nosotros mismos e intentamos lograr llegar a Dios por nuestros propios medios, pero esta es la manera equivocada.
Dios es nuestro Salvador, y empezamos bien cuando empezamos con Dios y con lo que Él ha hecho por nosotros en la Persona de Su Hijo. Veamos cómo Dios nos ha librado de todo lo que nos separaba de Él.
¿Cómo me libró Dios de mis pecados?
Dios me libró de mis pecados al ponerlos sobre Su Hijo. Dios proveyó el sacrificio que le satisface a Él. Jesús es el “Cordero de Dios”. Su sangre preciosa nos limpia de nuestros pecados. La Biblia dice:
“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
¿Qué hizo Dios conmigo, siendo pecador?
Es maravilloso saber que Dios ha perdonado todos mis pecados. Pero tengo un problema más profundo. Soy pecador. Yo soy el que peca.
La sangre de Cristo me puede limpiar de todos mis pecados, pero ¿qué sucede con mi naturaleza pecaminosa? Yo soy pecador, y la Biblia dice: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
Es posible que pensemos que lo que hemos dicho y hecho es muy malo, pero que nosotros mismos no somos muy malos. Pero nuestros pecados son producto de lo que somos.
Soy pecador. Como soy pecador, peco. Jesús dijo:
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23).
¿De que me aprovecharía si Dios me perdonara todos mis pecados y me dejara en el reino oscuro de Satanás como un pecador? No es así, sino que Dios trata con mi problema más profundo—lo que soy.
¿Qué hizo Dios por mí? Dios me puso en Cristo en la cruz. Cuando Cristo fue crucificado, yo fui crucificado con Él. Mi viejo yo que la Biblia llama “el viejo hombre” fue crucificado con Cristo. La Palabra de Dios dice:
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre [mi viejo yo] fue crucificado juntamente con él [con Cristo]” (Romanos 6:6).
Quizás usted esté pensando: “Pero Cristo fue crucificado hace 2000 años. ¿Cómo pude haber sido crucificado con Él?”
Para ayudarnos a comprender esto, tome una hoja de papel y recorte la figura de un hombre. Ahora tome al pequeño hombre de papel y póngalo dentro de un libro. ¿Dónde está el pequeño hombre ahora? Está dentro del libro y se quedará dentro del libro.
Supongamos que ponemos el libro en el suelo. ¿Ahora dónde está el pequeño hombre? Está en el libro en el piso.
Supongamos que ponemos el libro sobre la mesa. ¿Ahora dónde está el pequeño hombre? Está en el libro sobre la mesa.
Supongamos que enviamos el libro con el pequeño hombre a otro pueblo. ¿Ahora dónde está el pequeño hombre? Está en el libro en el otro pueblo.
Supongamos que tomamos el libro con el pequeño hombre y lo ponemos debajo del agua. ¿Ahora dónde está el pequeño hombre? Está en el libro debajo del agua.
En esta ilustración el libro representa a Cristo y el pequeño hombre me representa a mí. Así como pusimos el pequeño hombre en el libro, Dios me ha puesto en Cristo.
Una vez que el pequeño hombre fue puesto en el libro, todo lo que le sucedió al libro también le sucedió al pequeño hombre porque estaba en el libro. Lo mismo se aplica a mí. Dios me puso en Cristo en la cruz y todo lo que le sucedió a Él también me sucedió a mí porque estoy en Cristo.
Cuando Cristo fue crucificado, yo fui crucificado con Él. Cuando Él murió, yo morí con Él. Cuando fue sepultado, fui sepultado con Él. Y cuando resucitó, yo resucité con Él. Todo lo que le sucedió a Él también me sucedió a mí.
En mí mismo no he muerto, pero estas cosas son ciertas de mí en Cristo. Recuerde al pequeño hombre en el libro. Una vez que el hombre fue puesto en el libro, todo lo que le sucedía al libro también le sucedía a él porque estaba en el libro.
Lo mismo pasa conmigo. Una vez que Dios me puso en Cristo en la cruz, todo lo que le sucedió a Él también me sucedió a mí porque estoy en Cristo. Estuve en Cristo cuando murió. Ese fue el final de mi vida vieja.
Entonces Dios me creó como una nueva persona en Cristo. Sigo teniendo el mismo cuerpo, pero por dentro soy una nueva persona. La Biblia dice:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
¡Soy una nueva persona en un nuevo lugar!
Ya no estoy en el reino oscuro de Satanás. ¡Soy una nueva persona en un nuevo lugar! Ahora estoy en el reino del amado Hijo de Dios. La Biblia dice:
“Con gozo dando gracias al Padre…el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:12a-13).
Cristo me ha libertado de todo lo que estaba en contra mía.
Fue un día feliz cuando supe lo que Cristo había hecho por mí. Ha quitado todo lo que estorbaba entre Dios y yo.
¿Qué sucedió con mis pecados?
Mis pecados fueron puestos sobre Jesús. Él derramó Su preciosa sangre por mis pecados. Dios ha perdonado mis pecados por amor a Jesús. La Biblia dice:
“Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12).
¿Qué sucedió con mi vieja naturaleza pecaminosa?
Mi vieja vida terminó con mi muerte en Cristo. El apóstol Pablo dijo: “Con Cristo he sido crucificado”. Yo puedo decir lo mismo, porque Cristo es mi Salvador. No soy la persona que era. Soy una nueva persona en Cristo.
¿Qué sucedió con el reino de oscuridad de Satanás?
Ya no estoy en el reino de oscuridad de Satanás. Dios me ha trasladado del reino de oscuridad de Satanás al reino de Su amado Hijo.
Dios me ve en Cristo.
Cuando nací, nací en la familia pecaminosa de Adán. Dios me vio en Adán. Dios ve a cada persona incrédula en Adán.
Cuando confié en Cristo como mi Salvador, Dios me puso en Cristo en la cruz. Fui crucificado con Él. Allí terminó mi vieja vida en Adán.
Dios me creó como una persona nueva en Cristo. Ya no estoy en Adán; ahora estoy en Cristo. Ya no me identifico con Adán; ahora me identifico con Cristo. Dios ya no me ve en Adán; ahora me ve en Cristo. Siempre me verá así—en Cristo.
Debemos “considerarnos” nuevas personas en Cristo. Puedo decir “No” a los pecados y a las malas costumbres de mi viejo “YO”. La Biblia dice:
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
El hijo pródigo
En la historia del hijo pródigo, Jesús nos muestra cómo el Padre nos recibe cuando nos acercamos a Él, confiando en Jesús como nuestro Salvador. Él nos perdona plena y libremente. ¡Le agrada perdonarnos!
Cuando el hijo pródigo regresó, su padre lo vio cuando aún estaba lejos. Corrió y se echó sobre su cuello besándolo. No fue un beso pequeño sobre la mejilla. En el idioma original, la Biblia dice que el padre lo cubrió de besos.
En ese momento, el hijo pródigo sabía dos cosas. En primer lugar sabía que había sido perdonado plena y libremente.
En segundo lugar sabía cómo se sentía su Padre en cuanto a él. Conocía la actitud de su padre para con Él. Por sus acciones, el padre estaba diciendo: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!”
Este es un cuadro hermoso de cómo Dios me recibe cuando me acerco a Él con arrepentimiento y fe. Me cubre de “besos”. Soy plena y libremente perdonado de todos mis pecados. Cada creyente puede decir: “Dios ha perdonado todos mis pecados a causa de Cristo”. No hay lugar a dudas.
No sólo soy perdonado, sino que sé cómo Dios se siente en cuanto a mí—¡me ama con todo Su corazón! El perdón de Dios es un resultado de Su amor sin límites hacia mí en Cristo.
Dios me abraza, así como el padre abrazó al pobre hijo pródigo. Dios me está diciendo: “¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! Estoy muy feliz de que regresaste a Mí!”
Dios desea tanto que conozca Su amor y sepa cómo se siente en cuanto a mí que me ha dado al Espíritu Santo para que more en mí. Lo primero que hace el Espíritu Santo es que llena mi corazón con el amor de Dios. La Biblia dice:
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).
La clave de la parábola
Lo sorprendente de la parábola del hijo pródigo es que no menciona la clave. La clave es la muerte de Cristo en la cruz.
¿Cómo puede Dios recibir a un pecador como yo? ¿Cómo puede “abrazarme y cubrirme de besos” cuando estoy aún en mis “trapos sucios”?
Dios me recibe y me acepta en base a lo que Cristo ha hecho por mí. La muerte de Cristo en la cruz fue suficiente para que Dios quitara mis pecados para siempre.
En el Antiguo Testamento, Dios le dijo a Su pueblo que ofreciera animales, generalmente corderos, como sacrificio por sus pecados. Día tras día eran sacrificados corderos porque eran sacrificios imperfectos que jamás podrían quitar los pecados.
Cuando Jesús vino, Juan el Bautista clamó: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Jesús es el “Cordero de Dios”—el sacrificio que Dios Mismo proveyó para nuestros pecados. Puesto que el Hijo de Dios murió por nuestros pecados, nunca más hay necesidad de hacer otro sacrificio para los pecados.
Algunos de los hijos de Dios viven toda su vida sin estar muy seguros que todos sus pecados han sido perdonados. Pero sí podemos saber con seguridad que hemos sido perdonados. Lo que me da gran paz referente a mis pecados es saber que Dios quedó completamente satisfecho con el sacrificio que Él Mismo proveyó.
¿Qué desea Dios que yo haga? Desea que le ame y aprecie al que murió por mí.
La gran salvación de Dios
La gran salvación de Dios es el poder tan grande de Dios al hacer por mí algo que yo jamás hubiera podido hacer por mí mismo. Dios ha quitado todo lo que estaba en contra de mí. Me ha sacado de la familia pecaminosa de Adán y me ha puesto en la familia de Cristo.
Todos mis pecados han sido quitados. Mi vida vieja terminó con mi muerte en Cristo. Dios me ha hecho una nueva persona en Cristo. Y lo mejor de todo es que conozco la actitud de Dios hacia mí. Sé cómo se siente en cuanto a mí—me ama con amor infinito.
Lo qué podemos hacer con nuestras preocupaciones
Llegar a ser cristiano no significa que usted tendrá una vida fácil. Los cristianos, al igual que los incrédulos, tienen problemas, cargas y preocupaciones. La Palabra de Dios nos dice lo que debemos hacer con nuestras preocupaciones.
- “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4).
Este es un mandamiento del Señor. Debemos regocijarnos siempre. El mandamiento no dice que debemos regocijarnos en nuestras circunstancias, sino que debemos regocijarnos en el Señor.
- “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Filipenses 4:5).
Tenemos abundantes motivos para regocijarnos siempre. ¿Por qué? Por la presencia del Señor. Él vive en nosotros, así que está con nosotros en todo momento.
- “Por nada estéis afanosos [preocupados], sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6).
Las preocupaciones nos llegan todos los días—problemas pequeños, problemas medianos, problemas grandes. Nos afanamos y preocupamos y esto nos roba nuestro gozo.
¿Qué debo hacer con mis ansiedades? El Señor me dice que se las dé a Él. “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
“Toda vuestra ansiedad” se refiere a las cosas pequeñas además de las grandes—voy a acercarme a Dios en oración y presentarle mis peticiones. La gran importancia de la oración es que le pido a Dios que participe en mi situación.
¿Promete Dios darme todo lo que pido? No, Él no promete eso, pero sí promete algo mejor—“la paz de Dios”. La Biblia dice:
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
Cuando me preocupa algo, lo primero que debo preguntarme es: ¿He orado por el problema? Debo orar “por todo”. Debo dejar el asunto en Sus manos, diciendo: “Señor, por favor arregla este asunto de la manera que Te agrade más”.
Le muestro mi amor a Dios y mi confianza absoluta en Su bondad cuando dejo mi situación ante Él y le permito hacer lo que le agrada a Él. No le debo decir qué es lo que tiene que hacer.
Después de orar, ¿ha cambiado la situación? Quizás no. Pero ha sucedido un cambio hermoso en mí. Me he presentado delante de mi Padre con mis preocupaciones y necesidades, y yo he cambiado. Antes de hablar con Él, yo estaba preocupado y afanado, pero no ahora. ¡He cambiado yo, no mis circunstancias! Tengo la paz de Dios en mi corazón.