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"La Vida Cristiana Práctica"
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El Camino de la Amargura al Perdón
En la lección anterior vimos la importancia de las reacciones. Lo que nos sucede no es ni remotamente tan importante como la forma en que reaccionamos. Si no nos ofendemos por un insulto o una injuria, es probable que ésto no nos hará mucho daño. Por otra parte, si permitimos que el asunto se transforme en un resentimiento, puede hacernos mucho daño.
¿Qué es el resentimiento? ¿Por qué es tan destructivo? ¿Qué efecto tiene en nosotros? ¿Cómo podemos tornarnos de la amargura al perdón? En esta lección encontraremos las respuestas a estas preguntas importantes.
¿Qué es el Resentimiento?
El resentimiento es aquel sentimiento profundo de disgusto o enojo que tenemos hacia alguien por una ofensa pasada. Es nuestro doloroso recuerdo de heridas anteriores.
El resentimiento es el gran enemigo de las buenas relaciones. Destruye la amistad y transforma a los amigos en enemigos. Pero el efecto más dañino del resentimiento es la destrucción de la persona que se aferra a él.
Un pastor fue llamado a la cabecera de un hombre moribundo. Era un hombre que nadie apreciaba. Era duro, amargado y hosco.
Vivía en una cabaña destartalada en las afueras de la ciudad. Cuando iba a la ciudad dejaba en claro que no quería hablar con nadie y tampoco que nadie le hablara. Hasta los niños huían de él.
La gente se preguntaba por qué se había vuelto tan amargado y malo. Algunos pensaban que tenía alguna culpa secreta. Otros estaban seguros de que había cometido algún crimen horrible y que era un fugitivo de la justicia. Pero todos estaban equivocados.
La sencilla verdad era que, cuando joven, un amigo le había ocasionado un daño grave. Estaba tan furioso que dijo: “Lo recordaré hasta el día de mi muerte”. Y así lo hizo.
Le contó al pastor que se sentaba junto a su lecho: “lo he recordado cada mañana y he pensado en ello cada noche. He maldecido a ese hombre cien veces al día”.
Luchando para respirar, continuó: “y ahora veo que mi amargura me ha comido el alma. Mi odio no ha lastimado a nadie más que a mí mismo. Y Dios sabe que esto ha convertido mi vida en un infierno”.
¿Por qué Guardamos el Resentimiento?
De todas las cosas malas y destructivas que pueden ocurrirnos, el resentimiento es una de las peores. Es como un microbio mortal, luchando constantemente para tener dominio sobre nosotros y destruirnos. Ninguna persona que razone bien quiere albergar y alimentar un microbio mortal en su cuerpo, sabiendo que este microbio podría con el tiempo llegar a aniquilarlo. Sin embargo muchos cristianos se aferran al pecado del resentimiento que es mucho más destructivo que cualquier microbio.
Al ver que el resentimiento es un pecado tan atroz, puede ser que nos preguntemos: “¿por qué guardamos los resentimientos?” Existen muchas razones:
• Sentimos que el resentimiento es justificado.
Una razón porque nos es difícil reconocer la venenosa naturaleza del resentimiento es que pensamos que es correcto. Nos sentimos justos al tener resentimiento. Nos decimos: “es normal que esté resentido con fulano”.
A fin de justificar el resentimiento, a menudo formamos en la mente una imagen falsa de la otra persona. Dejamos a un lado el cuadro total de lo que es aquella persona y todas las cosas buenas y decentes que pueda haber hecho, y nos enfocamos sólo en la ofensa que ella nos hizo.
• Nos hace sentir superiores.
Cuando alguien hace algo que nos ofende o nos hiere, tomamos hacia esa persona una actitud de superioridad. Nos decimos: “Yo JAMÁS haría tal cosa”. Nos gusta sentirnos superiores y por lo tanto nos aferramos al resentimiento.
• Nos gusta “llevar la cuenta”.
A veces nos aferramos al resentimiento con el objeto de tener algo para compensar cualquier ofensa futura que podamos cometer. Queremos poder decir: “puede ser que me haya equivocado o haya hecho mal en éso, pero tú me hiciste ésto y ésto otro a mí”.
• Disfrutamos de nuestros resentimientos.
Aunque parezca extraño, mantenemos abiertas nuestras heridas por el placer que nos producen. Nos gusta cuidar tiernamente nuestras heridas y sentir lástima por nosotros mismos después de que alguien nos ha ofendido.
Los Resentimientos se Transforman en Amargura
De todos los pecados, el resentimiento es uno de los más extraños porque su fin es el castigar a la otra persona. Sin embargo es mucho más doloroso para nosotros de lo que jamás pudiera ser para la otra persona. A veces la otra persona ni siquiera se ha dado cuenta de que ha hecho algo malo. Por lo tanto nuestro resentimiento no le produce daño alguno, pero para nosotros sí es muy destructivo.
Si guardamos el resentimiento, puede transformarse en amargura. La amargura afecta la salud, la mente, la personalidad y nuestra comunión con Dios. Consideremos lo siguiente:
La amargura afecta nuestra salud.
La amargura es veneno para el cuerpo. El resentimiento, la amargura, el odio y la falta de perdón pueden producir úlceras, hipertensión arterial y docenas de otras enfermedades. Algunos médicos han estimado que casi el 90% de las enfermedades tienen su origen en los enojos, miedos, resentimientos y amarguras.
Mantener la amargura en tu corazón puede causarte pérdida de sueño y un cansancio permanente. Te quitará el disfrutar de tu comida. Matará tu felicidad. Con el tiempo se verá en tus ojos y en tu rostro. Un médico dijo:
Desde el momento que empiezo a odiar a un individuo me hago su esclavo. Ya no puedo disfrutar de mi trabajo porque él controla mis pensamientos. Mis resentimientos producen demasiada tensión en mi cuerpo, me canso después de tan sólo pocas horas de trabajo. El trabajo que antes disfrutaba es ahora algo penoso. Aún las vacaciones han dejado de entusiasmarme… No puedo escapar de su tiránico poder sobre mi mente.
(S. I. McMillen, “None of These Diseases”. Págs. 73-74.)
La amargura afecta la mente.
Está comprobado que la amargura puede causar, y causa depresión. La gente que tiene tendencia a estar deprimida la mayor parte del tiempo, es a menudo gente que tiene resentimientos en contra de un ser amado o de algún pariente que los lastimó a una edad temprana. Si tú eres una de estas personas, nunca podrás conocer una victoria perdurable sobre la depresión hasta que te deshagas de esa amargura.
La amargura afecta la personalidad.
Mientras más nos resentimos de alguien, más pensamos en él. Y mientras más pensamos en una persona, más nos a semejamos a ella. Es un hecho que cuando enfocas tus emociones en una persona, tiendes a parecerte a ella.
Una adolescente tenía un profundo rencor contra una parienta. Cuando una consejera juvenil le sugirió que debía perdonarla, la jovencita dijo: “jamás perdonaré a esa persona mientras viva”.
La consejera le respondió sin darle demasiada importancia: “Lamento oir eso”.
“¿Por qué?”,preguntó la chica.
“Porque en veinte años, tú serás igual a tu parienta”, replicó la consejera.
Este pensamiento horrorizó de tal manera a la joven, que dijo rápidamente, “¡Dios me libre! En ese caso la perdonaré”.
(Bill Gothard)
La amargura afecta nuestra comunión con Dios.
Cuando oramos el Padre Nuestro, decimos algo así: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Cuando tú oras así, estás diciendo: “Dios, por favor perdóname mis pecados tal como yo perdono a otras personas sus pecados contra mí”. Si tú no perdonas a las otras personas, estás en realidad pidiéndole a Dios que no te perdone a ti.
El Perdón nos Librará
La única cosa que puede librarnos del resentimiento y la amargura es el perdón. Pero no mucha gente comprende verdaderamente lo que es el perdón. El perdón no significa pasar por alto el pecado, ni fingir que nunca ocurrió. Perdonar no es tratar de olvidar. El olvido viene después del perdón, no antes.
¿Qué es el perdón? El perdón es soportar el daño o la injuria uno mismo y escoger ya no recordarla más. El perdón significa que en lo que a ti se refiere, le concedes a la persona que te hizo daño, un pasado limpio.
Perdonar es costoso. La persona que perdona paga un precio por la ofensa o el mal que ella está perdonando. Cristo tuvo que pagar la pena de nuestros pecados, para perdonarnos. Por eso murió en la cruz.
Es costoso perdonar, pero es más caro aun no hacerlo. Puede ser que tú hayas recordado cierta injuria u ofensa por mucho tiempo. Puede que estés pensando en ella en este preciso momento. Esa persona sin duda puede haberte cometido una gran injusticia, pero esa injuria no te ha hecho ni la mitad del daño que tú mismo te has hecho al retener el resentimiento.
Cómo Tornarnos de la Amargura al Perdón
Los pasos siguientes te mostrarán cómo librarte de tu amargura:
Reconoce que Dios es el Juez.
La gente necesita ser juzgada por sus malos hechos, pero tú y yo no somos los indicados para juzgarla. El juicio pertenece a Dios. La Biblia dice:
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor (Romanos 12:19).
Dios nos dice que no tratemos de vengarnos, sino más bien debemos perdonar. Cuando perdonamos a alguien, estamos entregando esa persona a Dios, reconociendo que sólo Él tiene derecho de juzgar y castigar a la gente por el mal que hace.
Confiesa tu pecado a Dios.
Alguien puede haberte hecho una injuria grave. Si así fuera, él es responsable ante Dios. Pero si tú guardas rencor, estás pecando y eres responsable ante Dios por tu pecado de amargura. Para tratar con este pecado, debes confesarlo a Dios y pedirle a Él que te limpie con la preciosa sangre de Su Hijo.
Debemos dar sentencia de muerte al resentimiento y la amargura.
El resentimiento y la amargura no son defectos sin importancia. Se encuentran entre los pecados más grandes que existen. Debemos darles sentencia de muerte a ellos o ellos nos darán sentencia de muerte a nosotros. El mantener la amargura es “vivir según la carne” y la Biblia nos dice:
Si vivís conforme a la carne, moriréis (Romanos 8:13).
Porque fuimos crucificados con Cristo, tenemos el derecho a rechazar cualquier cosa referente a la vida antigua. Esto significa que podemos rehusar y rechazar el pecado de la amargura. Tenemos derecho a pedirle al Señor que dé muerte a este pecado por medio de Su Espíritu. Podemos orar así:
“Señor Jesús, fui crucificado contigo. Por esta razón tengo el derecho de rechazar cualquier pecado de mi antigua vida. En este momento, rehuso y rechazo esta amargura y te pido, por tu Espíritu Santo, que la erradiques de mi vida”.
Como Cristo te ha perdonado a ti, así también tú debes perdonar.
El perdón involucra una elección de tu parte. Debemos escoger el perdonar. Es posible que no sintamos deseos de perdonar a otra persona, pero Dios trata con nuestras elecciones, no con nuestros sentimientos.
Puedes decir: “pero supongamos que esa persona no pide perdón y ni siquiera admite que ha hecho mal. ¿Cómo puedo perdonarla?”
Por lo que sabemos de las Escrituras, jamás vino nadie a Jesús para pedirle que perdonara sus pecados. Sin embargo Jesús sí perdonó a la gente. Les perdonó de una manera muy especial. Les perdonó unilateralmente.
La palabra “unilateral” parece una palabra muy difícil, pero en realidad no cuesta entenderla. Significa “de un solo lado”. Perdonar a alguien unilateralmente significa que tú lo perdonas por tu lado, no importa lo que haga él. Puede ser que él te pida perdón y puede ser que ni siquiera sepa que necesita ser perdonado. Pero de todas maneras, tú puedes elegir perdonarlo.
Los que crucificaron al Señor Jesucristo no pidieron perdón, pero Jesús les perdonó de todos modos. Él oró: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. El perdón fluyó de Su corazón para aquellos que no lo habían pedido ni lo merecían. Esto es el perdón unilateral.
Cuando acudimos al Señor buscando la salvación, no confesamos cada pecado que habíamos cometido en la vida. No pedimos Su perdón por cada pecado. Y sin embargo el Señor nos recibió y nos perdonó por cada pecado que habíamos cometido. Ahora nos manda perdonar a otros, tal como Él nos perdonó a nosotros. La Biblia dice:
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros (Colosenses 3:12–13).
Aunque otra persona no te pida perdón o ni siquiera reconoce haberte hecho mal, tú de todos modos puedes perdonarle. Puedes perdonarle unilateralmente.
Confia en que el Espíritu Santo haga de tu perdón una realidad.
Perdonar a los demás y libramos de la amargura, es el resultado de nuestra cooperación con el Espíritu Santo. No podemos hacerlo a solas, y el Espíritu Santo no lo hará a menos que nosotros elijamos pedir Su ayuda. Debemos trabajar juntamente con Él. Nosotros escogemos perdonar y confiamos en el Espíritu Santo para que lo haga. La Biblia dice:
Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis (Romanos 8:13).
¡Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a perdonar y olvidar! Es posible “perdonar” a alguien y luego empezar constantemente a revivir su ofensa. Cuando rehusamos olvidarlo, mantenemos vivo nuestro resentimiento. Qué Dios nos ayude a perdonar como Él perdona: perdonar y olvidar. Dios dice:
Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades (Hebreos 8:12).
A Clara Barton, fundadora de la Cruz Roja Norteamericana, le preguntaron una vez si aún hablaba con cierta persona. “¿Por qué no?”, preguntó ella. Su amiga, que conocía la ofensa que hace muchos años había cometido esta persona en contra de la Srta. Barton, se la recordó y su respuesta fue: “O, recuerdo claramente haber olvidado esa ofensa”.
Tratando con Nuestros Sentimientos
Para volvernos de la amargura al perdón, es importante que examinemos nuestros sentimientos. Podemos escoger el perdonar y hacerlo de todo corazón, pero la herida aún está allí. Para quedarnos completamente libres del resentimiento y de la amargura, debemos tratar con nuestros sentimientos.
¿Hay alguna manera de tratar con los sentimientos? ¡Sí, la hay! La forma de tratar con ellos es cambiar nuestra manera de ver las cosas. No podemos cambiar los hechos de una situación pasada pero sí podemos cambiar la forma en que vemos el asunto. Recuerda que somos controlados por la forma en que vemos las cosas y cómo las creemos en nuestro corazón.
Consideremos a José. Ya hemos visto que los hermanos de José lo odiaban y lo vendieron como esclavo. Los hechos de esta situación no podían cambiarse. Lo que sucedió, sucedió para siempre. Sin embargo, José no estaba resentido con sus hermanos.
¿Cómo hizo José para tener buenos sentimientos hacia sus hermanos después de todo lo que le habían hecho? Él le dio un significado correcto a estas circunstancias. Él vio la mano de Dios en todo lo que le había sucedido. Se dio cuenta de que Dios había usado todas estas circunstancias para su bien. José dijo a sus hermanos:
Vosotros pensasteis mal contra mi, mas Dios lo encaminó a bien (Génesis 50:20).
La historia de José nos enseña esta gran verdad: Dios puede sacar beneficio de una situación mala si confiamos en Él. Dios no ocasiona el mal, pero puede usarlo para cumplir Sus propósitos. La Biblia dice:
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. (Romanos 8:28).
Te das cuenta de que en este versículo no dice “vemos” ni tampoco “entendemos” sino que dice “sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien”. Tal vez no veamos ni comprendamos cómo es que todas las cosas están cooperando para nuestro bien, pero podemos saber que es así porque Dios lo dice.
En cuanto a nuestra situación, no podemos cambiar los hechos. Lo que ha sucedido, ha sucedido y no podemos cambiarlo. Pero podemos confiar en que Dios hará algo bueno de la situación. Podemos decir:
“Señor, lo que ha hecho esta persona me parece mal, pero Tú has dicho que todas las cosas ayudan a bien a los que te aman. Confío en ti para que saques algún bien de ésto tal como lo hiciste en el caso de José”.
Cuando creemos que Dios está usando todas las cosas, incluso aquellas que nos parecen malas, para nuestro eterno bien, podemos verlas de una manera diferente. Podemos realmente agradecerle a Dios por las cosas que nos han sucedido.
Ésto quita el dolor de las ofensas pasadas y nos libra de los resentimientos. Con relación a aquellos que nos han hecho mal, podemos decir con José: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien”.